Me
encontraba en la cocina de mi casa. De esta casa que heredé de mis padres y en
la que me da mucho placer sentir que aún están vivos los recuerdos
de una vida sencilla, sin lujos, pero de un gran confort. Era una tarde de
invierno, con el sol apenas tibio y con las nubes bajas, tan bajas que en la
ventana había resquicios de una bruma, como algodones que flotaban y estaban
suspendidos a un metro del suelo. Yo estaba lánguida, en un estado
que era una conjunción de sueño y de vigilia. De pronto entró mi hijo
menor, tiene trece años y es un adolescente muy afecto a los telediarios,
anuncios de noticias en internet y demás alertas cibernéticas. Su alegría no
tenía contención, sus ojos vivaces reían y su estado de exaltación no
encontraba repuesta de mi parte. Esa mañana había sido sometida una
práctica de exploración, que por buen gusto y femineidad no deseo relatar
ahora. Me encontraba débil, ya que para la preparación había tenido que dejar
salir todos los líquidos de mi cuerpo y eso me tenía extenuada y sin aliento.
Mi hijo no paraba de reír y decía:
— ¡No me lo esperaba! ¡Es genial! ¡Es copado!
Saltaba, dando carcajadas. Y recorría las
habitaciones.
—Es increíblemente genial.
— ¡Qué pasa! ¿Por qué tanta exaltación?
Misha empezó a recorrer toda la casa, y
despertaba a mis hijos mayores en afán de ser escuchado.
— ¿Qué ocurrió? Sé más preciso.
—Mamá
sos la mujer más conocida. Estás en todos los sitios de información. No aparece
tu rostro, aunque si tus entrañas.
—Pero qué decís.
— ¿Qué has hecho esta mañana?
—Solo un estudio. Que por cierto
está recomendado a partir de cierta edad, pero ¿cuál es la novedad, Misha?
—No sabés, sos la mujer más
conocida. Dicen tu nombre, aparece en cada portal de noticias, está en las
alertas.
—Vamos, Misha, estoy con pocas
fuerzas, dejá de incomodarme.
—Te puedo mostrar, está acá, podés
ver.
Y comenzó a leer.
—…La
señora Elena Crusciani ha sido sometida a una práctica de rutina y es buscada
porque durante la intervención ha soñado, bajo los efectos de la anestesia, y
en esos sueños viajaba por Austria, recorría la ciudad de
Viena y paseaba por un lago en un bote, entre cisnes blancos que ella
acariciaba cada vez que pasaba cerca de uno de estos.
—Seguí —dijo mi esposo, interesado.
—…También
realizó gestiones de una herencia que supuestamente habría cobrado en Italia,
y de la cual no ha dado ninguna información; por tanto la señora estaría
cometiendo delitos económicos e infracciones a la ley tributaria. Por lo
antedicho, la Administración Federal de Ingresos ha encontrado que hay un
desfasaje entre la declaración de sus ingresos y los paseos que dio en
ese sueño.
—Por qué tanto alboroto —dijo mi
hijo mayor.
—Vení,
leamos. Mamá es famosa—respondió Misha.
—…Estos
pueden ser un indicio de los viajes que piensa realizar, afirmamos, además, que sus
niveles de expectativas oníricas no son congruentes con los tributos
aportados. Por tanto es buscada para que aclare su situación fiscal.
Quedé
en estado de estupor y de fastidio. Nunca había esperado algo así.
— ¿Es cierto, mami? ¿Has viajado en ese
sueño? —quiso saber Misha.
—Sí,
pero jamás pensé que con la
videocolonoscopía, además de mis vísceras,
también podían leer mis sueños. Y menos
que esos tubos hayan estado conectados con los
entes
que fiscalizan la recaudación.
—No, mami,
lo interesante es que te conocen. Ahora sos famosa.
—No, Misha,
lo preocupante es que ahora vendrán a buscarme para que declare un dinero
que
no he ganado.
—No,
para mí es muy bueno. Los chicos del colegio sabrán que tengo una madre
famosa.
—No, Misha,
lo alarmante es que a partir de ahora soñar ya no será gratis.